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fuente: periódico Gente. En el año 1963 abrió sus puertas un lugar que marcaría a varias generaciones de la ‘Ciudad Señorial’, pues la nobleza y sapiencia con la cual Don Gonzalo Uribe Correa aliviaba los padecimientos de la comunidad es algo que casi sesenta años después muchos recuerdan.

Por aquella época la figura del tradicional boticario solía preparar papeletas, ungüentos y cápsulas de los medicamentos que les recomendaba a las personas, pues contaba con la potestad y el conocimiento básico para asistir enfermedades de menor complejidad.

Este vecino que en aquel entonces vivía en La Magnolia, estudiaba con los libros y las revistas de los laboratorios y poco a poco se formó en lo que ahora se conoce como regencia de farmacia, sin embargo, tenía la particularidad de sanar con exactitud a quienes lo consultaban y algunos aseguran que los curaba hasta con el saludo.

“Como uno no sabe a qué hora se va a enfermar la farmacia tenía que estar abierta a toda hora”, menciona Gonzalo, quien desde las 5:30 a.m. hasta las 10:00 p.m. veía desfilar por el mostrador a una decena de pacientes que llegaban indispuestos y luego de seguir sus instrucciones volvían con una mejoría notoria.

Su carisma y prudencia hizo que se ganara el cariño de familias enteras quienes lo consideraban su médico de cabecera, pues el dominio que poseía acerca de las enfermedades le permitía recetar la dosis precisa para mejorar las molestias del pueblo. No obstante, cuando le llegaba un caso que no podía solucionar inmediatamente lo remitía al médico.

Según él, quien mejor padece los dolores es el que ha tenido la herida y su vocación de servicio lo llevó a atender a gente de todo tipo, adinerada, de escasos recursos y con gran variedad de historias como aquella anécdota de un joven que quiso comprar en El Socorro un veneno de ratas para quitarse la vida.

Conversando con Don Gonzalo desistió de hacerlo y encontró la voz de aliento que le hacía falta y como ésa, existen muchas vivencias de quienes tuvieron el privilegio de conocerlo. De hecho, una de las cualidades que más destacan era su capacidad de poner inyecciones sin que doliera, “tenía buena mano”, afirman.

Muchas veces trabajó codo a codo con su esposa, Inés Restrepo, un personaje al que también recuerdan con afecto los envigadeños por su cordialidad y delicadeza. Su sabiduría la heredaron sus dos hijos, Óscar y Gonzalo, quienes crecieron entre frascos de vidrio con tapas de corcho y volúmenes de medicina antigua.

La Alcaldía de Envigado le hizo varios reconocimientos en diversos años a este vecino destacándolo como un personaje invaluable en la historia del municipio. La comunidad médica también resaltó su aporte social por brindarle al pueblo un apoyo indispensable.

En El Socorro nunca faltaron los cacharros, porque además de medicamentos se exhibía perfumería, elementos de salón de belleza y todo lo que las personas necesitaran. El mensaje que él quiso dejarle a la comunidad envigadeña a través de este artículo fue una inmensa gratitud por los cincuenta años que lo acompañaron día a día.

Aunque las farmacias hoy no son lo que fueron y Don Gonzalo dejó de trabajar en el año 2010, nadie olvida sus consejos, su gentileza y la manera especial en que sanaba a todo aquel que lo visitaba.

Gonzalo Uribe Correa en la Farmacia El Socorro, 2006.

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